XLIII Salón del Libro Infantil y Juvenil de Madrid

Hace un par de meses, los organizadores del Salón del Libro Infantil y Juvenil se pusieron en contacto con los comerciales de la editorial Susaeta para ofrecernos a las autoras participar con algún tipo de taller o charla para nuestros pequelectores.

Cuando Pedro, mi comercial favorito, me preguntó si quería participar, dudé un poco. Y dudé, fundamentalmente, por dos motivos.

El primero fue por la rentabilidad. Al contrario que en otros países europeos, en España no se le paga al autor ni un café por pasar una mañana desarrollando un evento. Para colmo, el Salón no está enfocado realmente a las ventas, así que aceptar significaba preparar una actividad atractiva para los niños, invirtiendo para ello tiempo y dinero para comprar los materiales y, por otro lado, tener que pasar toda una mañana o una tarde ejecutando dicha actividad sin una compensación directa a cambio.  Y me diréis, hombre, si haces un evento de tus libros, es una promoción, una propaganda que haces. Y yo os diré que os equivocáis. Si ya de por sí es España se compran pocos libros, en eventos así menos aún, porque la mentalidad de padres y abuelos es que los peques se diviertan y no suelen llevar la intención de comprar nada. Y cuanto más tiempo pase tras el evento, más difícil será que tu libro se compre por impulso. Así que ya me contaréis. Lo que os digo: ni para un café da.

Mi segundo motivo es que soy una rezongona. Rezongo. Y rezongo mucho. Rezongo cuando me hacen la propuesta, rezongo cuando estoy preparando la actividad y rezongo la mañana que tengo que ir. Es lo que tiene ser introvertida, que hacer cualquier cosa social se convierte en todo un reto. Y yo soy 100% introvertida. Así que ya me diréis, una vez más.

Aun así, acepté con dos condiciones:  que la actividad fuera propuesta a colegios para así asegurarme de que acudiría un número mínimo de peques y de la edad correcta, y que fuera orientada a la venta. Es decir, que viniera un comercial y se encargara de vender libros. Y que se advirtiera así al cole.

Esta segunda parte me ha salido rana, pero no adelantemos acontecimientos.

El caso es que propuse mi actividad a la editorial: El Árbol de la Autoestima, la titulé. Y se realizaría tomando como referencia mi colección Escuela de Baile.

 

 

 

 

¿Y qué tiene que ver la autoestima con esa colección? Os preguntaréis. Tranquilos. Mi editora me hizo la misma pregunta. ¿Cómo que qué tiene que ver? ¡Pues tiene que verlo todo! ¡La autoestima es la raíz de todo en esta vida! Bueno, no le dije eso exactamente. Como soy una chica de ánimo conciliador, me lancé en una bonita explicación relacionada con el libro. Pero no adelantemos acontecimientos.

El caso es que la editorial hizo un precioso cartel y el comercial me pidió la lista de materiales para llevarlos el día del evento. Concertamos la cita para hoy, 18 de diciembre, poco antes de las vacaciones de Navidad, y se apuntaron dos grupos de ESO de un cole de la zona. Así que haría dos pases de una hora, a las 10:30 de la mañana y a las 11:30 de la mañana.

Y, mientras preparaba todo, por supuesto, empecé a rezongar. Que si yo no sé para qué me meto en estos embolados, que si qué pereza levantarse tan pronto para ir hasta allá, con el frío que hace ahora. Que si, al menos, no tendría que cargar yo con el material (craso error).

Y empiezan los imprevistos de última hora, claro. Mi comercial, al verse superado por mi lista (ojoplático debió de quedarse), me pidió que comprara yo los materiales y que la editorial me los abonaría. Rezongo.

Pido que me manden una imagen del cartel para difundir en redes. No me lo mandan. Rezongo.

Me avisa mi comercial de que no puede venir (por un motivo justificado) y que me va a dejar sola frente a los leones, digo… los pequelectores. Rezongo.

Me avisan de que voy a tener a las dos clases a la vez, en vez de en dos turnos. La buena noticia es que lo resolveré en una hora. La mala es que me tocan unos cuarenta leoncitos digo… pequelectores juntos, todos a primera hora, cargados de energía del Cola Cao de la mañana. Rezongo.

Me dice mi comercial que no habrá puesto de venta hasta el día 21, pero que al menos han donado la colección a la biblioteca del centro cultural. Requeterezongo.

Me despierto por la mañana prontísimo para poder llegar a tiempo y preparar todo para cuando estén los pequelectores. Rezongo mientras me ducho. Rezongo mientras desayuno, rezongo mientras empaqueto los materiales y rezongo mientras me subo a los saturados transportes públicos cual grinch trasnochado.

Y llego por fin al centro cultural Conde Duque. Los organizadores me reciben con una gran sonrisa. Son muy amables y me hacen sentir muy cómoda. Han colocado el cartel en el centro, tengo un micro conectado y los libritos bien visibles. Me preguntan por mis redes sociales para etiquetarme. Charlamos y reímos un poco. Hace mucho calor. Rezongo un poco y por dentro, pero rezongo.

Mientras acabo de colocar los materiales, escucho las voces infantiles. Llenas de energía colaqueril matutina.  Mi yo introvertido se echa a temblar. «Empieza el espectáculo», me digo. Cojo aire, sonrío y me enfrento a las primeras caritas. Estos primeros instantes son mágicos. Ellos vienen ilusionados (bendita infancia) y siempre se les contagia la sonrisa. Comenzamos el taller y les explico por qué es tan importante la autoestima y por qué los protagonistas de la colección tienen un problema con ella.

Les hablo de Sara, la niña que se esfuerza y quiere ser la mejor, la hija perfecta, pero no logra que sus padres la miren, pues para ellos solo existe su hermana mayor. Y eso la convierte al principio en la villana, pues el dolor que soporta por la falta de atención de su familia lo descarga con…

Patri, la niña grande, alta y fuerte, de voz portentosa a la que siempre llaman «gorda», la pequeña giganta amable e insegura que arropa desde el principio a…

Cris, el preadolescente conflictivo cuya libertad pende de un hilo, cuyo padre hace tiempo que le abandonó y cuya madre se pasa el día limpiando casas ajenas y que, a pesar de todo, es capaz de hacerse amigo de…

Carlos, el niño amable y serio que oculta un gran secreto por el cual nunca se esfuerza y se conforma con aprobar las asignaturas cuando podría sacar sobresalientes.

A medida que hablo de ellos, los niños se quedan callados, pensativos. Se están identificando con los protas de los libros. No hay preguntas, pero sí miradas intensas y una gran energía. Quieren aprender a trabajar su autoestima.

Y es entonces cuando rompemos la seriedad del momento y les pido que vuelvan a ser niños, ellos se tiran al suelo con sus pinturas de cera y dibujan unos preciosos árboles de cuyas ramas colgarán aquello que les hace felices, aquello de lo que se sienten orgullosos.

Y es en este momento cuando entran dudas. Algunos no saben qué poner. No pasa nada, les digo. Les hago ponerse en pie y que sus profesores y amigos les digan las cosas buenas que piensan de ellos… y entre todos creamos un momento mágico, emotivo, en el que se van por el retrete los pensamientos tóxicos.

Para acabar, les regalo uno de los libros, dedicado, para la biblioteca del cole. También pueden llevarse sus murales y todos los marcapáginas que deseen.

Escucho sus vocecillas, aún infantiles y veo sus sonrisas.

Y entonces no rezongo. Yo también sonrío. Porque, en el fondo, esto es lo que más me gusta en el mundo mundial.

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