Perdidos: un lugar donde encontrarse

Hace unos meses —no muchos—, cuando en Madrid disfrutábamos todavía de un agradable clima fresquito, recibí una petición de colaboración para una exposición.
Se trataba del fotógrafo Demian Ortiz, conocido como Babel Estudio en Facebook. Estaba preparando una exposición conjunta llamada Perdidos: un lugar donde encontrarse. La idea era buscar un sitio para sus modelos (escritores) donde no se nos viera de forma habitual pero que de alguna forma pudiera representar un área de nuestra personalidad, un sitio donde pudiéramos encontrar a nuestras musas.
Como White Creek Manor es una novela de terror gótico, se le ocurrió que un cementerio sería un lugar idóneo para mi sesión. Y como soy poco aprensiva, acepté sin dudarlo.

Demian es un chico estupendo. Lo conocí hace ya un par de años. Compartíamos penas, alegrías y mucho estrés, sobre todo mucho estrés, en nuestro trabajo. Por supuesto, también compartíamos el «tarro de la felicidad», conocido coloquialmente como el «tarro de las chuches». De Demian me sorprendieron su sentido del humor y su gran creatividad. Me parecía increíble que le tuvieran tan desaprovechado, ya que tenía ideas frescas e interesantísimas, y no solo eso, sino que además era una persona realmente entusiasta en cuanto empezaba a hablar de proyectos y posibilidades, pero supongo que esto es lo común en las empresas españolas (gracias a Dios no todas): la falta de innovación, el miedo a mejorar y el poco aprovechamiento del talento.

Cuando ambos fuimos liberados de nuestras obligaciones «oficineriles» yo me centré en mis tareas como escritora y diseñadora, y Demi le dio un empujón importante a su carrera como fotógrafo. Me alegré muchísimo por él, porque por fin podía dar rienda suelta a esa grandísima creatividad que llevaba dentro. Y es que si hay algo que me saca de mis casillas es ver cómo la gente brillante se vuelve gris y desaprovecha sus talentos.

Y por ello, cuando Demian me pidió colaborar, no lo dudé un instante. No solo me iban a hacer unas fotos increíbles, sino que además iba a pasar una tarde con un compañero de conversación y trato fáciles, con una bellísima persona que me iba a hacer pasar un buen rato. ¿Qué más podía desear?

El caso es que el día era frío, los cielos estaban cubiertos y el cementerio elegido prácticamente estaba desierto. Llevé algo de atrezzo, buscamos las zonas más interesantes y pasamos la tarde entre risas y fogonazos de flashes.