¡Qué gran cumpleaños! (II)

Y al fin llegó el viernes 30 de septiembre.

Hacía cosa como de un mes que les había mandado una convocatoria de reunión a mis compañeros. ¿El motivo? Mi cumpleaños. ¿La hora? A la salida de la oficina, por supuesto, o sea, a las tres. ¿Hasta cuándo? Hasta que nos apeteciera. ¿Dónde? Bueno, en realidad era indiferente. Lo importante era estar juntos y echarnos unas risas.

El caso es que a los «niños» (los chicos de Cursoforum. ¿Por qué les llamamos «niños» cuando alguno ya es hasta padre? Bueno, es una forma cariñosa de referirnos a ellos. Son nuestros diseñadores, trabajamos mano a mano con ellos y se han ganado nuestra admiración y nuestro afecto a golpe de vóxel) al final no podían venir. Les había surgido un asuntillo laboral y trataron de cambiarlo al jueves peeeeero, no pudo ser, así que nos quedamos solo «las niñas».

Llegaron las tres y apagué mi ordenador a la velocidad del rayo (que en términos reales son entre 7 y 9 minutos. ¡Mi equipo es rápido como el viento!) y bajé a la calle a esperar a nuestra ex-compañera, Carolina.

Caminamos todas juntas un rato hasta un pequeño restaurante de comida casera. Juntamos dos mesas y pedimos el menú del día. Yo me apañé perfectamente con una lasaña, un codillo, dos refrescos y una porción de tarta de Santiago… no está mal, ¿eh?

La sobremesa transcurrió entre anécdotas y risas. De repente, en un momento dado, todas pusieron caras de compromiso, como si estuvieran ocultando, y me entregaron sus regalos: un álbum de fotos de piel cruda en forma de cartapacio renacentista, que me encantó, y una preciosa tarjeta, hecha completamente a mano en la cual cada uno de mis «niños» y «niñas» compañeros de la oficina había escrito una dedicatoria… ¡por poco no rompo mi auto-prohibición de llorar en público! El último regalo fue una piruleta de gran tamaño de la marca «sonrisas».

Lo de la piruleta tiene una bonita historia detrás.

Veréis. Yo soy muy dada a hacer cosas simbólicas, es algo innato en mí. Pues bien. Al poco de llegar a la oficina, hace cosa de año y medio, vi muchas caras largas. Por mi parte, cuando trabajo con gran intensidad o estoy cansada, mi cuerpo me pide cantidades extra de azúcar, así que me fui una tarde al súper y compré un tarrito de cristal con tapa y lo rellené de «chuches» en la tienda de golosinas.

Al principio solo yo echaba mano de las gominolas, hasta que un día vi a una compañera con una carita de agobio y cansancio… Rauda y veloz destapé el tarrito e hice una ronda de chuches entre mis «niñas».

–¿Y esto? –me preguntó una de ellas.

–Esto es el tarro de la felicidad. Así que coge una gomi, que te va a venir bien.

El invento funcionó, todas empezaron a reír y a elegir su happy-chuche. Desde entonces, relleno cada cierto tiempo el tarrito y, cuando veo caras largas o bostezos tremendos, de esos que hasta arrancan lagrimitas, hago una ronda del tarro de la felicidad. A veces incluso ellos mismos me piden una ronda, cuando están cansados, cuando tienen ganas de arrancar cabezas a mordiscos… vamos, cuando hace falta un poquito de felicidad en sus vidas. Lo importante no son las chuches, lo importante es que en ese momento apartamos la vista de nuestros monitores y nos miramos unos a otros, sonreímos y jugamos a ser niños otra vez mientras elegimos la chuche que nos gusta más y explicamos el porqué (la de sandía, que es un poquito ácida, la cocacola que tiene pica-pica y nos pone una cara muy graciosa, la tortuga de fresa, que es pringosa como la mermelada…)

El caso es que algunos de los compañeros que más felicidad necesitan me han dicho muchas veces que me van a rellenar el tarro… pero nada, nunca se acuerdan (ni falta que hace). Así que las niñas decidieron compensarme con una piruleta de las gordas que además era de la marca «sonrisas» ¡Felicidad a raudales!

Al caer la tarde recibimos una llamada que nos hizo mucha ilusión a todas: se iba a incorporar al grupo nuestra ex-compañera, Nayra, «la pibi».

Hace unos meses, Nayra abandonó la empresa para empezar a trabajar en el equipo de Fórmula 1 español como corresponsal, y desde entonces no ha dejado de viajar, así que verla es casi como que te toque la lotería.

Y el viernes nos tocó.

La verdad es que nos hizo una ilusión tremenda. Nayra tenía un montón de anécdotas que contarnos, y además lo hace con la gracia típica de los isleños (es canaria).

Al final, se fue el sol, llegó la hora de cenar y poco a poco el grupo se disolvió y yo regresé a mi casa con una sonrisa que todavía me dura.

Al día siguiente me tocaba viajar a Toledo para celebrar mi cumpleaños con mi hermano y unos amigos… Pero esa es otra historia que deberá ser contada… ¡Mañana!

 

7 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Elena94:) dice:

    Me alegro de que te lo haya pasado muy bien. Yo pienso que los cumpleaños son solo una excusa para reunirse con la gente a la que se quiere, y que a veces se tiene lejos, para pasarlo muy bien.
    Pues, lo dicho, felicidades de nuevo y me alegro MUCHO de que lo hayas pasado genial.
    Un beso muy fuerte

    1. Muchísimas gracias, Elena
      Yo también pienso que cualquier excusa es buena para rodearse de la gente que te quiere y hacer una fiesta.

      Besotes

      1. Elena94:) dice:

        Las cosas como son, una fiesta no le viene nada mal a nadie. Y pienso que se disfruta más de una fiesta si la gente con la que se organiza es gente que, en realidad, te quiere y se preocupa por ti. Porque estar en una fiesta sola, o con gente que solo te quiere, aparentemente, no es lo mismo.
        No me tienes que dar las gracias por nada, tendría que ser al revés. Las gracias te las tendría que dar yo por apoyar lo que escribo.

      2. Hay que ver, lo jovencita que eres y, sin embargo, la inteligencia y madurez que se aprecia en tus palabras, incluso en tus narraciones. ¿Cómo no voy a apoyarte? Sé que tienes talento y, si sigues adelante, escribiendo, estoy segura de que en un futuro darás que hablar.

        Besotes, escritora

  2. Narayani dice:

    Pues felicidades de nuevo!!! 🙂 Qué guay! Tiene pinta de que lo pasasteis genial! Eso es lo importante.

    Hace unos años en un antiguo curro, una compañera y yo instauramos los viernes dulces, que consistía ni más ni menos que en comer un donuts. Al principio empezamos ella y yo, pero los demás se fueron apuntando. La verdad es que fue una de las épocas laborales más felices de mi vida 🙂 Lo recuerdo con mucho cariño. Gracias por recordármelo 😉

    Besos

    1. Jajaja. Sí, es importante hacer cosas así en las empresas. Llevarte bien con los compañeros y tener lo que yo llamo «rituales de desagobio» ayudan a superar los momentos laborales más duros. Ojalá las empresas lo entiendan así, que a nosotras ya nos han reñido alguna vez por reírnos 😦 Aún así, el tarrito de la felicidad seguirá pasando de una mano a otra 😉

      Besotes, guapa

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